Por Virginia Galván
En la vida cotidiana mexica (pueblo indígena que dominó parte del territorio actual de México y fundó Tenochtitlán y Tlatelolco) para que la concepción fuera fecunda, era
necesario "que bajara del Cielo una pluma
o una piedra preciosa" que era el Tonalli, el destino del bebé, un regalo de
los dioses.
En la mitología de la maternidad está representada por diosas con un
gran poder de reproducción y fertilidad. Las diferentes civilizaciones
glorificaron la maternidad desde las primeras etapas de evolución a través de
una gran cantidad de leyendas, símbolos y relatos.
En el México prehispánico, los nahuas poseían una serie de deidades
relacionadas con la fertilidad, la maternidad y el alumbramiento. Cihuacóatl,
divinidad mitad serpiente y mitad mujer fue la primera en parir, considerada
por ello la protectora de los partos, en especial de las mujeres muertas al dar
a luz llamadas Cihuateteo quienes eran divinizadas y honradas como los varones
muertos en combate. Parir era considerado como un tipo de batalla y sus
víctimas se honraban como guerreros caídos. Su esfuerzo físico ayudaba a los
guerreros en las luchas y por ello a los
muertos, los acompañaban al paraíso y guiaban a la puesta del sol poniente.
En la mitología mixteca, Chalchitlicue, “la de la falda de verde jade”,
era la diosa de los lagos y corrientes de agua. También era patrona de los
nacimientos y representaba un papel importante en las ceremonias.
Tlazoltéotl, “devoradora de la mugre”, era la diosa de la impureza, de
la tierra, de la luna, del amor carnal, del sexo y del nacimiento. Era la
deidad que quitaba el pecado del mundo y la más relacionada con la sexualidad y
la inmoralidad. Mostraba las contradicciones de la moralidad en la sexualidad y
feminidad mexica. Traía sufrimiento con las enfermedades venéreas y las curaba
con medicina. Inspiraba las desviaciones sexuales y también las absorbía. Era
la diosa madre de la fertilidad, del parto, patrona de los médicos, y a la vez
diosa cruel que traía la locura.
La dicotomía sexo-maternidad se observa aún en nuestra
civilización.
A la embarazada se le prodigaba una cuidadosa atención y en especial los
últimos 3 meses, era puesta bajo el cuidado de un Tícitl o médica, quien
recomendaría la dieta, ejercicios y prácticas higiénicas destinadas al buen
curso del embarazo. Era común el uso del Temazcalli para antes y después del
alumbramiento. La posición para dar a luz era en cuclillas. La Tícitl era capaz
de hacer embriotomías en el caso de que el bebé muriera buscando salvar a la
madre. La mortalidad materna era del 50% en ese tiempo.
Si el alumbramiento era exitoso, la Tícitl lavaba al bebé a modo de
purificación y si era niña enterraba el cordón umbilical en el fogón de la
casa. Si era niño, lo entregaba a los guerreros para que fuera sepultado en el
campo de batalla. Si el bebé moría antes de ser purificado y ofrecido a las
divinidades, el dios Tlaloc lo acogía y lo llevaba a Tlalocan en donde era
alimentado por el árbol de las tetas chichiquahuitl, en donde esperaba hasta
volver en un buen momento al mundo.
En
este siglo, pocas comunidades indígenas siguen preservando estas
tradiciones, y la Tícitl, la médica y las parteras, han sido casi
obligadas a
participar en los hospitales rurales en México, dándoles capacitación en
medicina occidental para atender a las mujeres embarazadas y a los
recién
nacidos en estos hospitales, dada la legislación de sanidad. Participan
con los médicos en las salas de parto a cambio de ser atendidas ellas y
sus familias en estos hospitales y en algunos casos con una mínima
remuneración económica.